Al frente del Centro Ibn Batuta y en coordinación con el programa europeo Europlanet, Tajeddine coordina desde Marruecos distintas misiones de investigación espacial desde hace más de diez años, casi todas basadas en las regiones al sur del Atlas, generalmente pedregosas y lejos de la idea tópica de las cadenas de dunas.
Es cierto -reconoce Tajeddine- que existen otros países africanos con desiertos más o menos similares (Argelia, Etiopía o Botswana), pero Marruecos cuenta con varios factores extracientíficos de peso, comenzando por la seguridad: como ha podido comprobar Efe, la Gendarmería Real protege a distancia a los equipos investigadores y no permite la entrada de intrusos.
Temperaturas extremas
A ello se añade la estabilidad política del país y la existencia de una infraestructura hotelera muy desarrollada con acceso rápido a internet, fundamental para que los equipos investigadores descarguen sus trabajos al final de una jornada bajo el sol y el viento.
El último experimento, desarrollado a principios de diciembre, consistió en probar la autonomía del astromóvil bautizado como Sherpa TT, un robot con ruedas que recuerda a una araña por sus brazos articulados y que debía demostrar al mismo tiempo su capacidad de seguir las órdenes y de improvisar una acción propia si en su camino encuentra un objetivo científico.
Bajo la atenta mirada de los científicos, el robot (2 metros de largo por 2 de ancho para sus 200 kilos) se paseó por las mesetas de Gari Medwar, en la región de Erfud, y fue capaz de tomar de forma autónoma imágenes de objetos (piedras, pequeñas plantas y cualquier otro tipo de accidente) en su recorrido de 360 metros.
El “Sherpa TT” es un prototipo de laboratorio, no real, pues no está aislado contra la radiación ni está diseñado contra temperaturas extremas, según aclaró entonces Jorge Ocón, representante español en este proyecto financiado por la Comisión Europea.
Otro de los experimentos más llamativos llevados a cabo en la misma región fue el emprendido por el Foro Austriaco del Espacio de la Universidad de Insbruck, que en 2013 puso a diez astronautas a probar durante un mes sus pesados uniformes espaciales con los que teóricamente se tendrán que mover los primeros hombres en alcanzar Marte.
Cada uno de los diez cosmonautas “vivió” una media de tres horas diarias -a veces hasta cinco- dentro de los pesados trajes, mientras su comportamiento era vigilado por un equipo compuesto por médicos, mecánicos especializados y técnicos en telecomunicaciones.
Caída de meteoritos
En aquel experimento, al igual que el último del astromóvil, los técnicos trabajan con el “efecto retraso”, es decir, tienen en cuenta la realidad de la distancia actual entre la Tierra y Marte, que hace que las señales que se envían desde nuestro planeta, incluso en condiciones óptimas, llegan al planeta rojo con un desfase de algo más de veinte minutos.
Lo que de ningún modo se ha podido testar hasta ahora es una atmósfera similar a la de Marte, donde el aire está compuesto principalmente de dióxido de carbono, y por consiguiente todas las pruebas tienen un componente artificial que tal vez pueda irse resolviendo con los años.
Y es que las exploraciones espaciales tienen todavía mucho camino por recorrer. En el desierto de Marruecos, los bereberes las seguirán recibiendo con los brazos abiertos, ya que representan un tipo muy especial de turismo, que es al fin y al cabo una de las pocas fuentes de ingresos en la zona.
No se sabe si es una mera casualidad o una señal de los dioses del Espacio, pero Marruecos es además una tierra donde se registra una cantidad inusual de caídas de meteoritos. Todo justifica que la carrera al espacio comience en los confines del Sáhara. EFEfuturo
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