Si fuéramos osados, jamás hablaríamos de amor. Nos guiaríamos por la tendencia, por la mecánica de la vida cotidiana, por la enorme fuerza que nace y muere cada día sin que ocurra nada. Por cada una de los acciones que causan reacciones previsibles, anticipables y calculables y siempre ocurriría lo que esperamos.
Somos creadores de preguntas. No importa qué respuesta obtengamos, siempre hay cierta cantidad de información y conocimiento que como entidades inteligentes, necesitamos devorar. Necesitamos procesar, cocinar a fuego lento. Pensarlas mirando el mar, con los ojos cerrados oyendo esa canción y a veces necesitamos susurrarlas al oído de alguien.
Estamos en cada una de las cosas que hacemos. Toda creación que parte de nosotros comparte esa conexión tangencial que nos roza a todos, y en ciertos momentos, evoluciona. Un ser inteligente, jamás debería hablar de nada alejado de la lógica, de las premisas, de lo esperado. Pero está esa mirada alguien, esa llamada por la que todos hemos sonreído alguna vez. Esa voz que nos pone nerviosos y nos hace felices. Ese momento donde entiendes que, realmente, lo que define a un ser inteligente es conseguir crear sentimientos y emociones. Así empieza un tecnólogo hablando de amor.
La tecnología indiscernible en “Her”
No consigo recordar un momento en mi vida en el que me encuentre alejado de la tecnología. Sin embargo, siempre he echado de menos ciertas dosis de emoción, pasión y sentimientos en este arrecife de dispositivos que vive tan cerca de nosotros. Y creo que estamos en un momento en la historia de la humanidad en el que, por fin, llegamos a esa derivación. No utlizamos la tecnología como herramienta, sino como catalizador. Nos proyectamos, con todo lo que eso significa.
La película nos muestra que el avance de la tecnología por fin se conjuga con las emociones
“Her” me demostró que algo está cambiando. De un guión que trazado puede parecer una broma, desplegado articula todos los mecanismos posibles que hacen entender al espectador que si como seres inteligentes somos maravillos, como seres emocionales no tenemos límites. Es una película que no plantea barreras, las difumina. Nos muestra un mundo intangible y etéreo… pero es el real, el del protagonista. Samantha es sólida, fuerte y su mundo se sostiene con algo de lo que nunca deberíamos carecer: la pasión.
Y no necesariamente como pasión romántica, sino como fuerza imparable que consigue transformar el entorno. “Her” habla sobre transformaciones, sobre evolución. Nos pinta un mundo del futuro muy familiar donde el protagonista es quien dicta cartas con sentimientos a un ordenador. Nos pone al revés desde el principio, nos hace preguntarnos qué mundo es más real y después, una voz sale del ordenador. Es Ella.
“Nosotros”
La mayoría de los personajes artificiales creados por la ciencia ficción se ignoran a si mismos. Se crean para juzgar al mundo que pueden procesar: esa silla, aquella mesa, a ti si pasas por delante de ellos. Te catalogan, te archivan y te etiquetan. Muchos son inteligentes, porque son capaces de conectar ciertas áreas de su arquitectura neuronal para resolver problemas. Pero nunca se plantean preguntas: y eso, es porque jamás se ven a si mismos.
Samantha no sólo es consciente del mundo que le rodea, sino también de si misma como entidad
OS 1 es un sistema operativo basado en la inteligencia artificial, una entidad intuitiva que te escucha, te entiende y te conoce. En la película, el vídeo de presentación donde Theodore conoce la existencia de este producto, sólo se hace preguntas. Samantha siempre habla de “nosotros”, de ella y del protagonista como una pareja con la que compartir trabajo, y aficiones. Ésto no sería posible si Samantha no fuera consciente de su existencia como ser inteligente, y fruto de esa inteligencia llevada al límite, pudiera generar sentimientos y emociones.
No se trata de una emulación de la inteligencia, como ocurre en muchas otras historias de la ciencia ficción. Aquí no hay parámetros de entrada y salida con respuestas preparadas, o combinaciones predefinidas. Se trata de una inteligencia evolucionada que da lugar a sentimiento reales… aunque ella, no lo sea. Al menos, a este lado de la pantalla.
La inteligencia artificial mecánica
Vivimos en una época donde la tecnología conduce el mundo, aunque no por ello otras épocas han sido menos prolíficas en cuanto a seres artificiales. La mitología clásica está llena de historias sobre dispositivos mecánicos de apariencia humana, como los que – según la Illíada – ayudaron a Hefesto a forjar la armadura de Aquiles.
Estos seres artificiales nos imitan físicamente, tratando de emular la vida por actuar como un ser vivo. Son los seres primitivos que inundan los miles de historias que habéis leído sobre ciencia ficción, y seguro que muchos de ellos están entre los trece robots que mercen ser amados. Su programación está basada en patrones, reglas y objetivos, y para alcanzarlos los hemos dotado de nuestro aspecto.
Los robots en la ciencia ficción suelen emular características físicas de los humanos, pero tienen una inteligencia limitada por premisas que no evolucionan
Es una forma de inteligencia solitaria, que nace del exterior hacia el interior y basada en apariencias, por muy fantásticos que sean sus poderes, como el entrañable Robby el robot. Pero no dejan de ser engranajes con forma antropomorfa que conjugan frases buscando una reacción predefinida en las acciones de su programación. Es inteligencia pura y dura por su capacidad resolutiva, pero su interacción con el ser humano se limita a lo que conoce, y no a la experiencia. Durante toda su vida, sólo será inteligente.
La inteligencia emocional
La palabra “artificial” está eliminada a propósito. Los sentimientos no pueden emularse, o falsearse. Ni siquiera los humanos podemos hacerlo. Son por tanto un siguiente escalón al que se llega al madurar y cambiar hacia algo a lo que nos conduce la inteligencia. Y la conexión con los demás, las experiencias, los fracasos, las lecciones aprendidas. No puede existir ningún ser inteligente emocional que sea artificial, si entendemos por ellos que su reacción emocional sea falsa, o programada.
La inteligencia emocional puede considerarse un siguiente paso en la inteligencia artificial: el efecto y no la causa de ella
En “Her”, Samantha comienza siendo una entidad inteligente que se adapta, crece y madura, y fruto de esa cocción, nacen los sentimientos. Para la ciencia ficción, el lado opuesto a un ser artificial mecánico es una inteligencia psicológica emulada. Una voz dentro de una máquina. Puede ser la temible WOPR de Juegos de Guerra (John Badham, 1983), “Encanto” en Supernova (Walter Hill, 2000) o el avanzado modelo MU-TH-UR 182, también conocido como “madre”, que gobierna la nave Nostromo en Alien (Ridley Scott, 1979). Incluso aquí, éstas entidades tienen limitada su capacidad de acción, por su programación. Son inteligentes, pero no lo suficientemente avanzadas como para desarrollar sentimientos y emociones.
Podríamos hablar durante horas (mejor con un café delante en algún sitio tranquilo) de cientos de ejemplos de este tipo en la ciencia ficción, pero no puedo evitar comentar el caso de HAL9000. Siempre lo he considerado un intento fallido de ser emocional: su lógica le llevó a plantearse preguntas que desembocaron en sentimiento que acabaron por enloquecerlo. Locura. Una palabra que rara vez podremos asociar a una máquina, pero sí a un comportamiento – da igual de dónde provenga – capaz de expresar emociones, razonar y apreciar el arte. Sin duda, un caso excepcional del “nosotros” que plantea esa conexión entre el yo consciente y el mundo exterior, sólo que llevada al extremo.
Tecnología y emociones
Si hay algo que me asombra de la ciencia ficción, es que siempre llega. Tarde o temprano hemos sido capaces de volar, comunicarnos desde kilómetros de distancia, crear dispositivos que – como dijo el genio Arthur C. Clarke – los convertirían en indistinguibles de la magia a ojos de alguien de hace cien años. Pensamos que estamos lejos que esta comunicación emocional con las máquinas, pero ya no está ocurriendo todos los días.
Llevamos dispositivos que nos conectan con personas que no conocemos físicamente. Interactuamos con ellos mediante aplicaciones, redes sociales y algoritmos pensados para ello. Enviamos y recibimos caudales de comunicaciones electrónicas sin descanso, y aunque sabemos que la persona es real, nosotros sólo utilizamos tecnología. Y con ello conseguimos emocionarnos, conocernos, enamorarnos, ilusionarnos… Al final, como digo, la meta de la inteligencia (y por ende de éstos dispositivos que amamos) es hacernos sentir algo.
Theodore: Hay mucho más en ti de lo que pensaba… pasan muchas cosas contigo.
Samantha: Lo sé. Me estoy convirtiendo en mucho más de lo que me programaron. Estoy emocionada.
“Her” es probablemente una de las películas más maravillosas de los últimos años y una buena vuelta de tuerca a las películas de ciencia ficción e inteligencia artificial, que menos se parece a ninguna película de ciencia ficción e inteligencia artificial que hemos visto hasta ahora. Es más bien una ópera prima de sentimientos, acontecimientos y desfiladeros por los que Theodore y Samantha sortean el camino que recorre la vida. Un historia para pensar en lo complicados y maravillosos que somos, para susurrar en voz baja en los oídos de alguien especial.
Al fin y al cabo… todos somos una voz al otro lado de alguna pantalla.
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