Ni la victoria de Trump, ni el Brexit, ni el crecimiento de la extrema derecha, ni el boom del populismo son casualidad. El economista británico Carl Frey y su equipo sostienen que el crecimiento de los movimientos radicales por todo el mundo no es un accidente: es una consecuencia directa de la automatización industrial y la robotización de la economía que arrancó en los años 80.
Y es solo el comienzo, según los autores. “De cara al futuro, la automatización se convertirá en un desafío político cada vez mayor” porque estamos repitiendo uno tras otro los errores de antaño: los errores que llenaron el mundo de totalitarismos y guerras sangrientas. Es hora de aprender del pasado, dice Frey.
Estamos ante una nueva 'Revolución industrial', también en lo político
“Las trayectorias de la economía estadounidense durante las cuatro décadas posteriores a la revolución en la automatización de la década de los 80 casi reflejan exactamente las primeras cuatro décadas de la Revolución Industrial en Gran Bretaña”, escriben los autores y eso debe hacernos reflexionar.
“La revolución industrial comenzó con la llegada de la fábrica, pero no solo termino con la construcción de ferrocarriles, sino también con la publicación del Manifiesto Comunista”. Es decir, la industrialización transformó el mundo y, de paso, impulsó las ideologías políticas revolucionarias.
Para Grey y su equipo está claro que, si miramos el esquema general, el progreso es innegable: pero lo cierto es que en plena revolución industrial tres generaciones de clases populares británicas no vieron ningún beneficio en la industrialización. O, en todo caso, solo consiguieron mejoras marginales en un mundo que crecía disparatadamente.
Tanto es así que en 1850 los hombres eran más bajos que en 1760. Un dato que puede parecer aislado, pero que da cuenta de que el hundimiento de la calidad de vida de amplios sectores de la población. Lo interesante, como decía antes, es que Frey se atreve a trazar un paralelismo entre aquella situación y la actual.
Entre 1979 y 2013, la productividad aumentó un 65% pero los salarios por hora del 80% de la fuerza de trabajo aumentaron solo un 8,2%. Entre 2000 y 2013, de hecho, el 70% de los salarios se mantuvieron estables o cayeron en Estados Unidos. Con esto en la mente, desde la victoria de Trump, la idea de que la automatización ha tenido un papel clave en esa elección se ha hecho muy popular. Sin embargo, no han existido muchos estudios empíricos que corroboren esa intuición.
Un voto contra la robotización
No hay duda de que el voto de Trump fue un voto antisistema. Las encuestas poselectorales muestran que el 82% de los votantes creían que sería mejor para provocar un cambio. La preguntan que se hacen Frey y su equipo es qué cambio buscan los votantes. Para establecer esa relación ‘epidemiológica’ entre la mecanización y las elecciones del 2016, los investigadores cruzaron los resultados electorales con los datos de la Federación Internacional de Robótica.
Las conclusiones son que existe una correlación entre la automatización de los años anteriores a las elecciones y el voto. Tanto es así que, según sus modelos estadísticos, con una “exposición un 10% menor a la robotización”, en Michigan no habría ganado Donald Trump.
No obstante, los datos son poco concluyentes. Son llamativos, pero difusos. Esto lo reconocen los propios autores: "aunque estos hallazgos, naturalmente, deben interpretarse con cuidado, refuerzan la opinión de que la automatización en los últimos años incitó al electorado a optar por un cambio político radical”.
"El futuro será antirrobot"
No es la primera vez que Frey habla de la inminencia de una ‘revuelta antirrobótica”. Para él, resulta bastante probable que la ‘ansiedad de la automatización’ acabe desbocando en una resistencia popular a estas nuevas tecnologías.
Esa ‘ansiedad’ existe. En un estudio realizado por Pew Research en 2017, el 72% de los estadounidenses estaban preocupados por la automatización y hasta el 85% estaba a favor de políticas que restringieran el uso de máquinas solo a trabajos peligrosos para el ser humano.
De hecho, los investigadores repasan una serie de estudios en los que los trabajadores derrotados por la automatización (ingresos reducidos, migración forzosa, obsolescencia de habilidades o desempleo crónico) pueden buscar enfrentarse a esa tecnología fuera del mercado, en el activismo político. En el populismo antitecnológico del que hablan.
Sin embargo, hay más cosas que aprender de esa analogía. Durante décadas, 'ludismo' fue sinónimo de tecnofobia. Hoy sabemos que, en realidad, los movimientos luditas eran movimientos obreros en un contexto de restricción de derechos políticos y laborales. Son un buen ejemplo de cómo podemos fijarnos en el dedo y obviar por completo la Luna.
Los autores señalan que si no "encontramos maneras de compartir los beneficios de la automatización", es probable que mucha gente se revuelva contra la tecnología. Es difícil saber si ocurrirá (incluso aunque esté ocurriendo ya), pero lo que no debemos hacer es confundirlo con tecnofobia o habremos aprendido muy poco.
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