Que Elon Musk es «algo» excéntrico es una cuestión sabida por muchos. Su forma particular de ver la vida (y sus negocios) han llevado al creador de Tesla y de Space X incluso a crear su propia escuela en la que sus hijos aprenden de una manera poco habitual junto con otros cuarenta compañeros escogidos entre la élite de la compañía espacial de su padre y alumnos avanzados de otros centros de Los Ángeles. Y todo envuelto con el velo de misterio y polémica que encierra toda la trayectoria de Musk, que ahora se enfrenta a la diatriba de ampliar unos cursos más su colegio o dejar que sus hijos mayores, a punto de graduarse, entren de nuevo en el sistema educativo convencional. Todo empezó por el descontento del propio Elon en torno a la educación de sus vástagos. Siguiendo su máxima de «hazlo tú mismo», en las propias instalaciones de su trabajo en Space X habilitó un centro, al que bautizó como Ad Astra («hacia las estrellas», en latín) y contrató a un profesor que les dirigiría en el experimento. La cosa fue bien, y de una decena de alumnos se pasó a cuatro que ocupan las instalaciones en la actualidad. Un selecto grupo al que no puede entrar cualquiera, ni siquiera a través de su página web, donde solo se puede ver el logo y una dirección de email. Sin música y sin idiomas Como se puede sospechar, los libros, los horarios y las clases no son el centro del sistema educativo ideado por Musk. Según revela el portal Ad Astra, son los propios alumnos los que escogen qué estudiar a través de proyectos técnicos, investigando con robots acerca de ciencia, tecnología, matemáticas o ética, pero dejando de lado la música o las clases de gimnasia. Tampoco se imparten idiomas, porque el CEO de Tesla piensa que en breve se creará un dispositivo para traducción simultánea y no hará falta aprender ninguna lengua más allá de la materna. Por supuesto, las asignaturas «al uso» y los exámenes no entran dentro de las ecuaciones que tiene Elon Musk en su idea de «colegio perfecto», así que los jóvenes de entre 7 y 14 años no tienen cursos convencionales. Así, un día normal en Ad Astra se basa en ejercicios prácticos en los que los niños se plantean cuestiones como el desarrollo ético de la inteligencia artificial o construyen un lanzallamas para equipar sus robots de combate. Son ellos mismos quien a principio de curso deciden la mitad de los asuntos sobre los que trabajarán y se autogestionan a través de su propia moneda. Sin horarios fijados y sin asignaturas delimitadas. 400 matrículas para 12 plazas ¿Y quién paga todo? En su mayoría, el propio Musk. De hecho, que el creador de Pay Pal esté detrás de esta escuela es un reclamo para que muchos padres (muchos adinerados que podrían pagar caros centros privados), intenten por todos los medios ingresar a sus hijos en Ad Astra: en 2017 un total de 400 familias se postularon para entrar a una docena de plazas. La pregunta para el próximo curso es si el excéntrico ingeniero, que hace poco mandaba un coche eléctrico al espacio financiado con sus propios medios, llevará a sus hijos a un instituto «normal» o ampliará el centro. Sea como sea, la curiosidad sobre el colegio secreto del apodado como «Tony Stark de la vida real» no parece que vaya a disminuir. Al menos en los próximos años y mientras su extravagante vida siga dando extravagantes titulares.
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