La sede de DJI en Shenzhen (en la sureña provincia de Cantón) tiene paredes inmaculadas, oficinas de grandes cristales transparentes y drones negros con forma de araña metálica: es la punta de lanza de un pujante sector que sirve de escaparate de lo que quiere ser la nueva China.
Kefin On, responsable adjunto de comunicación de DJI, destaca a un grupo de periodistas que DJI representa el 70 % del mercado mundial de drones -una estimación basada en “varios estudios”, afirma- aunque, preguntado por los informadores se niega a dar datos sobre los beneficios o las unidades de drones vendidas por la empresa el pasado 2015.
“Somos una empresa privada”, dice, para justificar que no ofrezcan estos datos al público, y explica que “no les beneficia” el difundir muchos datos y que “todas las compañías tienen números que quieren mantener confidenciales”.
En su lugar, prefiere hablar del ‘Agras MG-1′, su dron de ocho hélices especialmente diseñado para la agricultura, con un coste de 13.000 euros; o el ‘Panthom 4′, con un diseño inteligente capaz de detenerse o esquivar obstáculos y evitar su destrucción en caída libre, por unos 1.200 euros.
On también explica otras virtudes de estos robots voladores: pueden servir para llevar medicinas en operaciones de rescate, para grabar películas desde el cielo (se usaron en el rodaje de la última película de la saga Star Wars o de la serie Juego de Tronos) o para que las compañías de seguros puedan valorar daños desde las alturas.
También asegura que ninguno de sus drones cumple usos militares, y que su compañía no trabaja “en ningún lado” con policías o ejércitos, aunque sí en algunas labores de aviación.
DJI es el máximo exponente de este sector tecnológico en Cantón, la provincia que exporta el 99 % de los drones chinos al resto del mundo, en un país que tiene 400 empresas dedicadas a estos robots aéreos y que realizó exportaciones por valor de 385 millones de euros entre enero y noviembre de 2015.
Esta empresa es un ejemplo del modelo que China quiere impulsar y que pretende -especialmente en la provincia de Cantón, motor económico del país desde las reformas liberalizadoras de los años 80- pasar de la fabricación de manufacturas baratas a la de la “innovación”, una palabra que empresas y autoridades de la región repiten de forma casi obsesiva.
La iniciativa privada con cierto apoyo estatal se plantea en empresas como Shenzhen Makerspace, definida como una “incubadora de empresas emergentes” que ayuda a los jóvenes emprendedores a “alcanzar sus sueños”: es decir, una empresa que selecciona y apoya diversos proyectos (la mayoría sobre drones) que pueden acabar siendo empresas autónomas.
En su sala de exposición -también en la moderna Shenzhen, también de paredes blancas y, en este caso, con una gran bandera comunista en la entrada- se muestran en pantallas táctiles los diversos proyectos, mientras fuera se exhiben dos grandes drones creados por empresas apoyadas por Shenzhen Makerspace.
Li Jun, uno de los fundadores, explica que esta compañía fue inicialmente financiada con fondos privados pero ahora los proyectos reciben un 30 % de apoyo a través de ayudas del Gobierno.
También confiesa que sólo un 5 % de las nuevas empresas ha conseguido independizarse de la protección económica de Makerspace.
Preguntado por las futuras utilidades de estos drones, Li no descarta que puedan ser usados para fines militares, aunque advierte que los proyectos aún están en desarrollo. EFEfuturo
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