Una ceremonia budista se desarrolla el templo de Kofukuji, situado en la ciudad japonesa de Isumi y que cuenta con más de cuatro siglos de antigüedad. El incienso que flota en el aire y las oraciones recitadas por un monje son las mismas que en cualquier entierro para un ser humano, con la peculiaridad de que en este solemne rito no se está rindiendo un homenaje a la vida de una persona, sino a la de 114 perros robots que han dejado de funcionar. El centenar de dispositivos electrónicos del modelo Aibo, un can que ideó Sony en 1999 y que fue todo un éxito de ventas (150.000 hasta que se dejó de fabricar en 2006), se sitúan en fila delante del monje, dispuestos para su último adiós. A pesar de su retirada del mercado, hasta 2014 estos robots eran reparados por la compañía, que decidió ese año eliminar el servicio para reducir costes. Sin embargo, el pasado mes de enero, Sony lanzaba una versión mejorada con inteligencia artificial y conexió a internet, aunque muchos propietarios se niegan a, simplemente, tirarlos a la basura. Sin la posibilidad de arreglarlos, alrededor de 800 Aibo acabaron en este templo para su despedida, si bien no se entierran físicamente, sino que después de la ceremonia, se embalan y se envían a la empresa A Fun, quien se encarga de desmantelarlos y guardar las piezas que aún puedan ser recuperadas para arreglar otros robots similares. En el rito, los propietarios no están presentes, aunque sí sus mensajes. «Me siento aliviado de saber que habrá una oración por mi Aibo», se puede leer en una de las cartas enviadas junto a los restos de estos seres electrónicos. Hay otras que expresan el cariño que sus dueños sintieron hacia estos robots creados para el acompañamiento de personas: «Lloré cuando tomé la decisión de decir adiós. Por favor, ayuden a otros Aibo». Bungen Oi, uno de los sacerdotes del templo, asegura que no ve nada malo en darles a los amigos de cuatro patas, aunque de la variedad robótica, una despedida adecuada. «Todas las cosas tienen un poco de alma».
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