¿Te cuentan un chiste en la barra del bar? Te ríes. ¿Estás en el bus y recuerdas una anécdota graciosa? Te ríes. ¿Ves a alguien resbalar en la calle cual Bambi en el hielo? ¿Eres nuevo en la oficina y te comen los nervios? Pues claro, te ríes. Te ríes si el jefe comparte una anécdota más o menos graciosa, aunque sea menos que más. Y si es 22 de diciembre y los niños de San Idelfonso cantan el número de tu décimo, ¿Qué haces? Lo mismo: te ríes. Vaya que si te ríes.
Te ríes en todos y cada uno de esos casos, aunque, por supuesto, poco tiene que ver la risilla floja con la que disimulas tus primeros días en la oficina con las carcajadas de euforia al saberte, de repente, la persona más rica de tu ciudad. Lo mismo si te está mirando la chica que te gusta.
Tú lo sabes y lo entiendes. Una máquina, no tanto. Si no, que se lo digan a C-3PO.
Saber cuándo reír y qué risa es la más adecuada en cada circunstancia no resulta una tarea sencilla. Sobre todo si estamos rodeados de gente. Hace falta interpretar de forma adecuada el contexto y, en caso de que estemos hablando con una o más personas, la propia conversación. Lo tenemos tan interiorizado que se nos olvida la cantidad de matices que influyen, pero no, no es simple.
Un equipo de la Universidad de Kioto se ha fijado el ambicioso objetivo de que, a su modo, los robots puedan reír cuando corresponde y cómo corresponde. Para conseguirlo han enseñado a un sistema de inteligencia artificial (IA) “el arte de la risa” durante las conversaciones con humanos, una tarea nada sencilla para la que recopilaron datos de más de 80 charlas en las que participaron estudiantes y la propia IA, un sistema que los científicos nipones han bautizado “Erica”.
No te rías, que es peor
La experiencia sirvió para acumular información sobre risas solitarias —ese chiste tan divertido que recuerdas de repente, en silencio— y las que surgen cuando se interactúa con otras personas. Entre estas últimas diferenciaron las risas de alegría y otras causadas por razones menos evidentes, como la vergüenza, los nervios o una simple cuestión de cortesía. Con semejante bagaje el equipo japonés se dedicó a entrenar a Erica, enseñándole básicamente dos claves: cuándo reír y cómo hacerlo.
“Nuestro mayor desafío fue identificar los casos reales de risas compartida. No es fácil porque, como saben, la mayoría de las risas en realidad no se comparten en absoluto”, explica el doctor Koji Inoue, de la Universidad de Kioto a The Guardian. La tarea parece de todo menos divertida: a Inoue y sus colegas les tocó categorizar las risas, escogiendo cuáles valían para su estudio.
Al fin y al cabo, uno no siempre puede responder a una sonrisa con otra sonrisa. Imagínate que quien tienes delante se ríe por vergüenza. Si lo imitas se pensará que te estás burlando.
Con su “receta” para el sentido del humor de Erica preparada, los científicos decidieron ponerla a prueba. Diseñaron cuatro diálogos breves, pusieron en marcha el nuevo algoritmo de risa compartida y luego mostraron los resultados a unos 130 voluntarios que los evaluaron atendiendo a cuestiones como su naturalidad, si reflejaban comprensión o se parecían a una reacción humana.
La clave, detallan los investigadores, que han recogido todo el proceso y sus conclusiones en Frontiers in Robotics and IA, es siempre la misma: identificar bien las risas del interlocutor a las que podemos responder y seleccionar la mejor forma de hacerlo. “La predicción y la selección mostraron puntuaciones más altas que un modelo aleatorio”, explican sus autores, que detallan además que el nivel de detección fue también elevado. Su modelo, en resumen, transmitía una mayor sensación de empatía que otros en los que, sencillamente, siempre se responde con risas sociales.
La pregunta del millón, llegado este punto es: ¿Para qué? ¿Qué buscan exactamente los científicos? ¿Por qué nos interesa enseñar a los robots el arte de reírse cuando están charlando con personas?
La respuesta es sencilla: diseñar IA más naturales, con una mayor capacidad de interactuación. “Creemos que una de las funciones importantes de la IA conversacional es la empatía —señala el doctor Koji Inoue, uno de los responsables del estudio, al diario británico—, así que decidimos que una forma en que un robot puede empatizar con los usuarios es compartiendo su risa”.
“Los sistemas de diálogo deben poder expresar empatía para lograr una interacción natural con los humanos. Sin embargo, generar risas requiere un alto nivel de comprensión del diálogo. Implementar la risa en los sistemas existentes, como en los robots conversacionales, ha sido un desafío”.
¿Significa eso que estamos un poco más cerca de compartir chistes con un robot? El equipo japonés cree que la risa podría servir para diseñar robots con un carácter peculiar. Eso sí, Inoue asume que pasarán décadas para que podamos chatear con un robot como lo haríamos con un amigo. Otros sencillamente, enfatizan que una IA nunca llegará a entendernos. Ni a nosotros, ni la propia risa.
Imagen de portada | Maximalfocus (Unsplash)
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