Poco a poco, los robots cada vez están más presentes en nuestro día a día. No tanto como para temer su rebelión, como se pensaba en los 80, ni para que nos suplanten, como se viene pensando desde hace un par de décadas, pero ahí están. Ensamblan coches y relojes, ayudan en los quirófanos, ejercen como monitores de baile en residencias de ancianos, juegan con pacientes de Alzheimer. El abanico de funcionalidades que puede ofrecer un robot es enorme y, aunque todavía están muy limitados, estamos en un momento en que cabe preguntarse en qué áreas vamos a permitir que nos echen un brazo robótico.
Pero antes, una aclaración. Aunque existan productos con nombres que favorecen la confusión (como los roboadvisors, algoritmos que recomiendan dónde invertir), un robot no es un algoritmo ni necesariamente debe incluir inteligencia artificial. La robótica se centra en el cuerpo físico (el robot) y en cómo éste interacciona con el mundo exterior. El robot puede funcionar con inteligencia artificial pero no es imprescindible. Pensemos en una cadena de montaje donde un brazo robótico articulado traslada la puerta de un coche y la ensambla al chasis. Ese movimiento no requiere de interpretar el espacio, donde bien podría entrar la IA, sino que las coordenadas están fijadas y son inalterables dentro de la cadena de montaje de la que forma parte el robot. En este caso, hay un robot pero no hay IA.
Incluir una aclaración en la introducción es arriesgado –¡una aclaración en el segundo párrafo!– pero es necesaria porque 1) hace que todos partamos del mismo lugar, y 2) enlaza desde el principio con una observación recurrente de la industria de la robótica: la IA y la robótica van a velocidades muy dispares, y esto afecta enormemente si hablamos de expectativas. Como explica Miguel Ángel Salichs, catedrático de robótica de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M), “tenemos la idea de que toda la tecnología avanza muy rápidamente, la prueba la llevamos en el móvil que llevamos en el bolsillo, pero si hablamos de robótica, está en sus comienzos”.
La robótica de ahora mismo
En robótica hay dos grandes líneas de investigación. Están los robots industriales: brazos robóticos de todo tipo, robots artificieros, ayudas mecanicovisuales para miniaturizar los movimientos de los cirujanos, aspiradores industriales que recorren las terminales de aeropuertos (y sus hermanos pequeños que recorren desde hace tiempo algunas casas)... Y están también los robots sociales, que son los que interactúan con las personas.
El grado de desarrollo de los robots industriales, por no hablar de su presencia, es muchísimo mayor que en el caso de los sociales. “Los robots se han usado mucho en el mundo industrial porque este entorno se puede adaptar a las limitaciones de los robots: podemos diseñar una línea de producción para poner robots en ella. En nuestra casa no podemos hacer lo mismo, son los robots los que tienen que adaptarse a nuestras casas y a las personas", explica Salichs.
Pero si hablamos de expectativas y robots, las miradas suelen apuntar en una dirección: robots sociales. Y no porque falten, sino porque sus prestaciones, pese a ser todavía limitadas, ya son útiles en muchos ámbitos y aun podrían serlo más, dicen los expertos. Por ejemplo, ya hay robots en las escuelas, donde existen de dos tipos. Para los niños más pequeños, un robot con apariencia de dibujo animado que canta, se mueve, baila y felicita a los niños cuando aciertan en un juego. El otro tipo de robot está indicado para niños más mayores: el robot como herramientas para aprender código o, menos común, matemáticas y física. En vez de programar y esperar que la instrucción se ejecute en una pantalla, es el robot el que lleva al plano físico lo que ha programado el estudiante.
Otro ámbito donde los robots ya están presentes pero se espera que lo estén mucho más es el de los cuidados y la compañía. Su diseño no suele ser tan de dibujo animado como el que se usa con los niños, y aquí se apuesta claramente por la funcionalidad sin adornos. Si el robot se encarga de dar de comer a un paciente, basta con una cámara y un solo brazo robótico. Y lo mismo si su función es estimular el desarrollo cognitivo de un enfermo a través de un juego de tablero.
“Los terapeutas ven que robots como estos facilitan las tareas más mecánicas y les dejan tiempo para conversar e interesarse por la parte emocional de las personas”, explica Carme Torras, directora del grupo de investigación en robótica asistencial en el Instituto de Robótica e Informática Industrial CSIC-UPC. “Y los pacientes sienten a los robots como una parte de ellos mismos que les permite tener más autonomía, como si fueran cubiertos: les resulta más cómodo que les dé de comer un robot a que lo haga un cuidador o un hijo. Hasta nos han dicho que estaría bien que los acompañaran al baño e incluso que les ayudaran a bañarse”.
Qué será lo próximo
Al tratarse de una tecnología en un estadio muy inicial, las expectativas no están tanto en ampliar el número de funcionalidades de los robots ni en descubrir nuevos entornos de uso, sino en mejorar las prestaciones que los robots ya ofrecen en los terrenos de la educación, el entretenimiento y la asistencia a personas mayores y a pacientes.
Pero sí hay retos técnicos. Una de las prioridades es reducir la diferencia de desarrollo que existe actualmente entre los robots cuya interacción con las personas se hace a través de una pantalla táctil o de la voz, cuya precisión es altísima gracias al desarrollo exponencial de los últimos años del procesamiento del lenguaje natural, y aquellos robots que entran en contacto con las personas, que tienen todavía muchísimas zonas oscuras.
“Ahora mismo, todo lo que tiene que ver con interactuar en el entorno plantea dificultades en dos áreas: percepción y actuación”, explica el investigador de la UC3M Miguel Ángel Salichs. Un ejemplo: si pensamos en la vista humana, ver lo que tenemos delante sólo es la mitad del camino, queda la otra mitad, que corresponde a cómo interpreta nuestro cerebro lo que ha visto, un terreno donde la robótica colabora estrechamente con la IA.
La parte de la actuación no es menos complicada. “Lo que nosotros podemos hacer con las manos es muy difícil de reproducir en una máquina. Tiene que ver con la destreza del movimiento de nuestras manos, pero también con la percepción táctil, con la sensibilidad”, explica Salichs. La manipulación de objetos deformables, y aquí entran desde la ropa al cuerpo humano, es una prioridad ahora mismo.
¿Es necesario que parezcan humanos?
‘Blade Runner’, ‘Terminator’, ‘AI: Inteligencia Artificial’, ‘Yo, Robot’, ‘Deux Ex Machina’. No importa la década, toda película que tenga como protagonistas a robots o a androides nos presenta creaciones robóticas antropomórficas (se salvan 'Wall-E' y pocas más). Y esta aspiración no es ninguna novedad, pues los robots humanoides ya aparecían en muchas de las novelas, no precisamente modernas, que han inspirado el cine contemporáneo. ‘Yo, Robot’, una colección de cuentos que incluía algunos con robots antropomórficos, fue escrita por Isaac Asimov en 1950; la novela de Philip K. Dick que inspiró ‘Blade Runner’, ‘Sueñan los androides con ovejas eléctricas’, se publicó en 1968; ‘Los superjuguetes duran todo el verano’, de Brian Aldiss, una historia en la que se basa ‘AI: Inteligencia Artificial’, se publicó en 1969. En todas ellas aparecían robots de apariencia humana.
Los intentos de crear robots similares a los humanos, una obsesión para el investigador japonés Hiroshi Ishiguro (su última creación encabeza este artículo), no despierta precisamente entusiasmo entre algunos expertos. “Creo que los robots no tienen que tener una forma antropomórfica más allá de lo que requiera su tarea. Un robot que da de comer no necesita que tenga cara ni que dé ánimos al paciente, con que sirva como un electrodoméstico sofisticado ya es suficiente”, explica Torras.
Para la investigadora, es importante que el robot parezca un robot, “que no engañe, que nunca sea tan parecido a un ser humano que una persona pueda confundirse. Especialmente me preocupan los colectivos más vulnerables, como las personas con ciertas discapacidades o los niños pequeños, que pueden creer que dentro de la máquina hay un ser vivo. Lo máximo es que tengan cara de un dibujo animado, pero que se vea que no son personas, ni siquiera animales, sólo máquinas”.
Hacia el robot especializado y complementario
Hay un paralelismo entre el desarrollo reciente de la robótica y el del vehículo autónomo. Si hace un lustro las principales investigaciones apuntaban hacia un vehículo donde la persona poco menos que debía sentarse y esperar que el coche la llevara a su destino, una sustitución del ser humano que en el terreno de la robótica encajaba con crear robots que sirvieran no para todo pero sí para muchísimas funciones, de un tiempo a esta parte estas expectativas se han reducido notablemente. Ya no se busca la sustitución sino la complementariedad. No se persigue desarrollar un coche que conduzca solo, al menos a corto plazo, sino inventar y mejorar herramientas que ayuden al conductor al volante. En la robótica ha sucedido algo parecido: los próximos robots harán la vida más fácil a las personas.
“El futuro que yo veo es la combinación de las potencialidades de las máquinas con las potencialidades humanas. Una combinación de las capacidades que tienen las máquinas (repetición, velocidad) con los valores humanos. Y aquí es muy importante la ética y la formación de los ingenieros y de las personas que hagan los robots del futuro”, explica Torras.
“Ya lo dijo Robert Solomon: los padres, los hermanos, los profesores… todas estas personas que nos rodean moldean nuestra personalidad. La tecnología también nos está moldeando. El tipo de capacidades que vamos a desarrollar más o menos depende de la tecnología, así que es mejor que pensemos bien qué tecnología vamos a desarrollar porque al final terminará moldeando la humanidad hacia la que vamos”.
Imágenes: |Ibuki, el robot| |Robot para el estímulo cognitivo|
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