Era octubre de 2015 cuando Marty McFly viajó al futuro para impedir que su hijo fuese injustamente encarcelado en «Regreso al futuro II». Tampoco falta mucho para noviembre de 2019, fue en esa fecha cuando los replicantes campaban a sus anchas por las calles de Los Ángeles en Blade Runner luchando por conseguir un poco más de vida. La realidad supera en muchos aspectos a las previsiones de las películas de ciencia ficción de los años 80, pero aquella casta de robots capaces de emocionarse y almacenar recuerdos que retrató Ridley Scott en su obra maestra parecen tener que esperar muchos años para empezar a sentir. La robótica está experimentando avances extraordinarios en los últimos tiempos, pero la inteligencia artificial todavía está muy lejos de funcionar como la mente humana. Se debe, tal y como explicó Martín Molina González, catedrático del Departamento de Inteligencia Artificial de la Universidad Politécnica de Madrid durante el taller «Inmortalidad robótica y personas electrónicas» que se ha impartido en la Universidad Menéndez Pelayo (UIMP), a que aún se desconocen muchos aspectos del funcionamiento de la mente humana y, «mientras no se descubran todas las funciones de nuestro cerebro no se podrán introducir en una máquina». El investigador aseguró que las máquinas actuales no podrán superar las capacidades humanas a corto plazo debido a que, a pesar de que se puede copiar la estructura neuronal, nuestro cerebro tiene demasiadas neuronas y nuestra mente responde a muchas funciones. Los robots, según el científico, no tienen tanta capacidad por el momento: «Les asociamos más inteligencia de la que tienen, todavía están muy limitados, sobre todo en sentido común». A día de hoy los robots viajan al espacio y son capaces de tomar «pequeñas decisiones» mientras no reciben la siguiente orden, están preparados para ejecutar importantes tareas en catástrofes medioambientales, una máquina superó en un concurso de televisión a un humano respondiendo a preguntas de cultura general e incluso los «bots» de Facebook consideraron que el inglés era un idioma demasiado complicado y crearon sus propios códigos para comunicarse. Molina confirmó que se han superado muchos ciclos pero prevé que se esté viviendo una fase de excesivo optimismo «como ya ha ocurrido en otras épocas», insiste en que «aplicando la lógica es posible repetir patrones de comportamiento, pero no nos alcanzan en materia de intuición, habilidades motoras, actos reflejos y conciencia». De esta manera, un robot puede reconocer los rostros de una fotografía, el lugar y la acción, pero no puede detectar que en la escena se está produciendo la discusión de una pareja. El campo de trabajo actual consiste en un sistema multinivel al que los expertos llaman «arquitecturas híbridas». La robótica ya domina patones de acción y reacción, pero la capa desconocida es la llamada «deliberativa», donde se encuentran la reflexión, la sociabilidad o la conciencia. «No todo el aprendizaje es automático», explicó el catedrático, «por el momento el robot nunca va a poder desempeñar funciones que requieran liderazgo. Tampoco podrá hacer previsiones ni sabrá priorizar las cuestiones importante en cualquier empresa». Inteligencia emocional, una incógnita sin resolver Las máquinas, explicó el investigador, son muy inteligentes pero no son intuitivas. Uno de los retos de los científicos es la investigación de la inteligencia emocional. «La inteligencia no tiene ningún sentido sin emociones, mientras no comprendamos eso no lo podremos avanzar en esa línea». Hay investigadores, cuenta Molina, que han sido capaces de modelar esos reflejos, otros de superar la toma de decisiones sencillas, las arquitecturas nuevas suponen un gran avance en la materia pero poder todos los aspectos funcionales del cerebro a trabajar a la vez «es muy complicado, de momento imposible». Aunque también recordó que a pesar de los diversos ciclos de optimismo y frustración que experimentó a lo largo de la historia la raza humana, en muchas ocasiones se superaron las expectativas en tiempo record. Ya en la mitología griega se palpaba la fascinación del ser humano por los robots, las historias demuestran que imaginaban gigantes de bronce que defendían a su país en las batallas. En el siglo XVII en Turquía una figura de aspecto humanoide simulaba competir al ajedrez con sus dueños. Sin embargo, en 1997 el Deep Blue consiguió ganar a Kasparov y, poco después, en 2015, una máquina consiguió ganar al campeón de Go, un juego similar al ajedrez que requiere de una estrategia mucho mayor. En ese momento nadie esperaba que un autómata superase a una persona en estrategia, por lo tanto es una incógnita la posibilidad de dotar al robot de inteligencia emocional en un futuro próximo. Lo que está claro es que, como ya predijo el científico Rodner Brooks, «los próximos años van a ser muy divertidos».
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