Camino por un precioso jardín. El cielo es profundamente azul y hay un sol radiante en lo alto, pero no hace nada de calor. La temperatura es perfecta. De fondo suena una deliciosa melodía de Bach. Camino sin cansarme, como si viajara en patinete o levitara.
Me cruzo con gente. Todos son muy hermosos. Llevan vestidos muy coloridos y variopintos. Veo a un samurái junto a una dama del siglo XVII. Un enano disfrazado de Spiderman pasea charlando con un centauro.
Me cruzo con una chica gigantesca que mide más de tres metros. Me mira. Tiene el rostro más bonito que yo jamás haya visto. Sus ojos son violetas y tiene la cara llena de pecas iridiscentes. Me sonríe y siento hacia ella una atracción irresistible. Sus dientes blancos como perlas me hacen sentir igual que si una ola de mar fresca y brillante como el oro me golpeara en la cara. Se marcha y yo me quedo en shock. ¿De dónde habrá sacado un filtro tan potente?
Vuelo. Subo lentamente como un helicóptero silencioso. Veo el mundo desde muy arriba y es maravilloso. Al este veo la Roma imperial en su máximo esplendor. Hoy a lucha de gladiadores en el Coliseo. Al norte está el Abismo de Helm en plena batalla de Cuernavilla. Las huestes de Saruman están asediando duramente la fortaleza. Un terrible nâzgul pasa a mi lado volando en su horrenda bestia alada.
Para mi sorpresa, varios cazas imperiales de Star Wars se unen a la batalla. Parece que al emperador Palpatine también le interesa conquistar el Abismo de Helm. ¡Qué diablos! ¡Voy a unirme! Me transformo en un Cylon de Battlestar Galáctica pilotando un Raider Mark 1. Disparo y la ráfaga hace estragos entre los guerreros de Rohan.
Pero ¡cuidado! ¡Dos spitfires británicos de la Segunda Guerra Mundial se ponen a mi cola! ¿Ha declarado la guerra Churchill al imperio? Sus disparos atraviesan el fuselaje y derriban mi nave. Pero moriré matando: me estrello contra una de las principales torres del castillo en una formidable explosión.
No, no estoy soñando. Es el Metaverso.
Me quito las gafas VR y vuelvo a la realidad. Mi nombre es Paco García y tengo treinta y seis años. Vivo con mi anciana madre en un minúsculo apartamento a las afueras de Madrid. Peso ciento cuarenta kilos y trabajo de jornada partida seis días a la semana en una conocida cadena de hamburgueserías. Mi madre me llama. Dice que le ayude a buscar su dentadura postiza…
Vuelvo a ponerme las gafas.
Ese filete es tan real como la vida
Mi escena favorita de Matrix (1999) es la de la traición de Cifra. En un lujoso restaurante, uno de los miembros de la resistencia humana en la guerra contra las máquinas, Cifra (interpretado por Joe Pantoliano), conversa con el agente Smith (Hugo Weaving), un programa diseñado, precisamente, para ejecutar inmisericordemente a todo miembro de la resistencia.
— ¿Sabes? Sé que este filete no existe, sé que cuando me lo meto en la boca es Matrix la que le está diciendo a mi cerebro: es bueno y jugoso. Después de nueve años, ¿sabes de qué me doy cuenta? — Cifra saborea gustosamente el trozo de filete — La ignorancia es la felicidad.
— Entonces, tenemos un trato.
— No quiero acordarme de nada. DE NADA ¿Entendido? Y quiero ser rico… No sé… Alguien importante, como un actor.
— Lo que usted quiera, señor Reagan.
— Está bien, devuelve mi cuerpo a una central eléctrica, reinsértame en Matrix y conseguiré lo que quieras.
— Los códigos de acceso al ordenador de Sión.
— No, te lo dije, yo no los conozco. Te entregaré al que los conoce.
— Morfeo.
Cifra está negociando el precio de una terrible felonía: va a entregar al líder de la resistencia a sus enemigos, y lo hace de una forma muy inteligente. Subraya que no quiere acordarse de nada. Él volverá a Matrix sin recordar su malvado acto, regalándonos un bonito juego filosófico: ¿tendría el nuevo Cifra que cree que es un rico actor la culpa de lo que hizo el antiguo Cifra?
A bote pronto, diríamos que sí, pero veámoslo de la siguiente manera: supongamos que ahora aparece Neo en el salón de nuestra casa muy enfadado con nosotros. Le preguntamos que por qué está así y nos dice que nosotros somos Cifra, que nuestra traición tuvo éxito y que Morfeo es ahora rehén de las máquinas. Le respondemos que no sabemos nada de eso, que no recordamos haber hecho algo así, que somos buenas personas que siempre hemos llevado vidas normales…
¿Seríamos responsables entonces de la traición? A lo mejor somos verdaderamente Cifra.
El caso es que Cifra fue muy listo subrayando la petición de no querer recordar nada. Si su maquiavélico plan hubiera tenido éxito, él nunca se hubiese sentido culpable por nada, incluso podría haber muerto feliz pensando que fue una buena persona durante toda su vida de actor famoso ¿Habríamos hecho nosotros lo mismo? ¡No! ¡Por Dios que no! No traicionaríamos a nuestros amigos. Rebajemos entonces un poco el asunto. Supongamos que no tenemos que traicionar a nadie.
El agente Smith nos ofrece gratuitamente el mismo premio. Piensa que no es un mal trato porque al reintegrarnos en Matrix, al menos, se está quitando a un miembro de la resistencia del medio.
Cifra no se cree el rollo del elegido, no cree que se vaya a ganar la guerra contra las máquinas. Además, está enamorado de Trinity pero ésta no le corresponde. ¿Qué sentido tiene su vida en el mundo real? ¿Por qué entonces no elegir una segunda oportunidad en el mundo virtual? Podríamos seguir negándonos: ¡No! ¡Por Dios que no! La vida en Matrix no sería una vida real, sería un simulacro, un engaño… ¡Queremos vivir una vida auténtica!
¿Pero por qué la vida en Matrix no es auténtica?
Pensemos en el filete que Cifra degusta con gran deleite ¿Qué diferencia existe entre comerse un filete real y un filete digital? Si la simulación del sabor está perfectamente conseguida por el programa de realidad virtual, la única diferencia es la causa del efecto. Al comerme el filete real, es ese filete el que causa el sabor, mientras que cuando nos comemos el virtual, no es el filete real, sino un conjunto de bits digitales. La cuestión crucial es: si el sabor, que es lo que realmente nos importa cuando comemos un filete, es el mismo, ¿qué más da cual sea la causa?
El filósofo norteamericano Robert Nozick propuso en 1974 una interesante versión de este dilema: la máquina de experiencias. Nozick nos invita a que imaginemos que existe una máquina de realidad virtual tipo Matrix que nos otorga todos los placeres que deseemos. La máquina puede simular con realismo absoluto cualquier situación que podamos imaginar. Y entonces se nos pregunta: ¿elegiríamos una vida dentro de la máquina o una vida en el mundo real?
El propósito de Nozick era mostrar que el hedonismo, que la finalidad de nuestra vida sea únicamente la búsqueda del placer, es insuficiente. No solo queremos tener una vida placentera, también queremos que sea real. Así, aunque el filete que saborea gustosamente Cifra sabe exactamente igual que uno real, en el fondo, no nos satisface de la misma forma. Hay en nosotros un deseo de realidad, un deseo de autenticidad, de verdad.
Pensemos en alguien cuya meta es subir al Everest. ¿Le satisfaría igual hacerlo en una simulación informática, por muy indistinguible que fuera ésta de la real? De ninguna manera. El que quiere subir al Everest quiere subir al monte Everest, situado en la cordillera del Himalaya, entre China y Nepal, y no en un servidor en la nube. No Cifra, no queremos tu vida porque sabemos que, en el fondo, es de mentira.
Supongamos que el proyecto del vilipendiado señor del mal, Mark Zuckerberg, llega a buen puerto, y en pocos años tenemos algo tan fabuloso como el Oasis de la Ready Player One de Spielberg. Pensemos que muchas personas pasarían la mayor parte del tiempo en esa fastuosa realidad virtual, descuidando su vida real, llegando incluso a menospreciar su vida auténtica, prefiriendo la digital. Muchos desaprobarían esa conducta: ¡Prefiere una vida falsa a la vida real! ¡Paco, quítate ya esas falsas gafas, deshazte de ese traje háptico de una vez y vuelve a la auténtica realidad! ¡Adelgaza y busca un empleo de verdad! ¡Toma ya las riendas de tu vida!
Siglos discutiendo sobre lo que es real
Esperad un momento.
¿Es todo falso en el Metaverso? ¿Solo lo auténtico está en el mundo real? No. Supongamos que Cifra comienza su nueva vida de actor en Matrix, y allí conoce a una mujer, se enamora, tiene hijos, etc. Es cierto que todo lo que pasa por sus sentidos es falso. El edificio que tiene delante no está verdaderamente delante y la cara que ve de su esposa no es igual a la cara real, conectada a multitud de tubos y sumergida en un líquido transparente; pero el amor que siente por ella sí es absolutamente real.
Nos hemos olvidado de lo más importante: mi mundo subjetivo, mis estados mentales siguen siendo completamente auténticos aunque viva en un mundo completamente falso. Este era el mensaje de Descartes: cogito ergo sum. Puedo estar durmiendo y que lo que veo con mis ojos sean puras apariencias, pero el hecho de que existo, vivo, siento, pienso… es completamente indudable. Es más, eso constituye lo más importante de mi ser.
Yo seguiría siendo yo si me cercenasen mis brazos y mis piernas, pero no seguiría siendo yo si me quitasen mi forma de pensar, de sentir, si me extirpan mi consciencia de la realidad.
De hecho, gran parte de la filosofía griega y de la oriental, piensan que toda la realidad que observamos mediante los sentidos es falsa. En el hinduismo existe el concepto de Maya para representar esta ilusión que nos envuelve. Detrás de Maya, si conseguimos apartar su velo, está la auténtica verdad. Los griegos definían verdad como aletheia (αλήθεια), que significa "hacer evidente" o "desocultar", con una clara referencia a que la verdad no es lo que tienes ante tus ojos, sino algo que hay que descubrir, el resultado de un proceso de sacar a la luz.
Incluso tenemos una versión actualizada de estas nociones ancestrales: la hipótesis de la simulación del filósofo sueco Nick Bostrom. De forma resumida, dice que si en el futuro nuestra civilización es capaz de tener la suficiente tecnología para realizar una simulación total del mundo al estilo Matrix, lo más probable es que realice muchas. Entonces, por estadística, si hay un mundo simulado y uno real, tenemos un 50% de estar en el simulado. Si hay dos simulados, tenemos un 66,6%, y así sucesivamente.
En un mundo con cincuenta mundos simulados, la probabilidad de vivir en uno de ellos superaría el 98%. Entonces, si aceptamos la tesis de que en un futuro se ensayarán muchas simulaciones, lo más probable es que vivamos en una de ellas.
Esto cambia por completo las reglas del juego. Si aceptamos que lo importante es el interior y que lo demás son siempre burdas apariencias, no hay ninguna diferencia de peso entre estar en el mundo real o en el Metaverso. ¡Nuestra realidad también es Matrix! Estar en el Metaverso no es más que estar en una ilusión dentro de otra ilusión como en un juego de muñecas rusas.
Hay un relato de Stanislaw Lem (escritor de ciencia-ficción que os recomiendo encarecidamente) titulado Congreso de Futurología (del cual se hizo una película no muy conocida de 2013, El Congreso, dirigida por Ari Forman, que también recomiendo ver), en el que el protagonista es llevado a un futuro dominado por la psicoquímica. Allí no solo los estados emocionales pueden ser controlados mediante fármacos, sino todos los estados mentales incluidas las creencias. Puedes usar una sustancia llamada dantina y creer que has sido el escritor de la Divina Comedia u otra llamada credibilina que te hace un fanático defensor de cualquier tema que se tercie.
En este caso sí que estaríamos ante estados de inautenticidad claros. No solo mi mundo exterior sería falso, sino que mediante sustancias psicoactivas estaría modificando mis propias creencias, mi propia forma de ser: estaría dejando de ser yo.
En otro relato, Razones para ser feliz de Greg Egan (otro escritor que os recomiendo muchísimo), un chico es operado de un tumor cerebral y las neuronas encargadas de generar neurotransmisores relacionados con los estados de ánimo positivos son dañadas. Así, el pobre niño entra en un estado de absoluta e infernal depresión hasta llegar a los treinta años. Entonces, un nuevo tratamiento le permite recomponer sus neuronas dañadas, pero esas neuronas no serán idénticas a las suyas perdidas, sino una especie de promedio entre los miles de cerebros que se utilizaron como modelos para diseñarlas.
Cuando el protagonista intenta reconstruir su vida después de la operación, se da cuenta de que todo le produce el mismo placer con la misma intensidad, de que todo le gusta por igual. Entonces los médicos le ofrecen una de las posibilidades más fascinantes de la historia de la humanidad: la de diseñarse a sí mismo. Podrá graduar la intensidad con la que disfruta de las cosas. Por ejemplo, si esta escuchando una sinfonía de Beethoven, puede ajustar si le produce un placer orgásmico, si le resulta levemente agradable, si le aburre soberanamente o si le crea una insoportable repugnancia.
¡Imaginad las posibilidades! Puedes diseñarte para que te encanten las frutas y las verduras y odiar la comida basura, para que disfrutes mucho haciendo deporte y estudiando mientras que te resulte odioso perder el tiempo tirado en el sofá.
Desgraciadamente, eso todavía es cosa de la ciencia-ficción y los mortales del primer tercio del siglo XXI tenemos que conformarnos con ser nosotros mismos. Y eso, si lo pensamos de cierta manera, puede ser una muy pesada carga. Desde la autoayuda y demás cuentos editoriales, nos dicen siempre que seamos nosotros mismos, que no intentemos nunca fingir lo que no somos. Pero ¿y si somos lo peor? ¿Si soy un vago, un egoísta, un orgulloso, un idiota...? ¿Debo profundizar en ello para serlo más? ¿Y si soy un psicópata?
Yo, al contrario, recomiendo, no intentes ser tu mismo, intenta, sencillamente, ser mejor.
Y aquí es donde el Metaverso ofrece su principal versión: puede ser una nueva oportunidad de ser. Cifra ha fracasado como miembro de la resistencia y como amante de Trinity. ¿Por qué no puede tener una segunda oportunidad insertado en Matrix? Si soy gordo y feo, ¿por qué no puedo ser guapo y atlético en mi versión digital? ¿Por qué no puedo ensayar otras personalidades, otras formas de aparentar y de ser?
El Metaverso podría convertirse en un grandioso laboratorio del yo. Si entendemos que una loable aspiración del ser humano es aumentar el rango de posibilidades vitales de elección, el Metaverso es casi una utopía. Podría entenderse, como en el caso de Paco, en una segunda oportunidad pero también, sencillamente, como extensiones, como exploraciones de mí mismo ¿Quién soy jugando al quidditch? ¿Cómo me comportaría con un género diferente? ¿Y con otra edad? ¿Y si fuera un oficial de las SS en Auschwitz? ¿Sería un psicópata o sería incapaz de matar?
Esta perspectiva se explora de forma muy interesante en la malograda Westworld. Allí, el hombre de negro (interpretado por Ed Harris) se dedica a matar y a violar salvajemente, explotando en el mundo virtual la parte de su personalidad que no puede desarrollar en su vida real. Si lo pensamos, ¿no sería algo bastante terapéutico? ¿No te encantaría acuchillar a tu jefe sin ninguna consecuencia legal? ¿No sería francamente interesante explorar hasta donde puede llegar tu yo malvado sin hacer daño a nadie? Y, ¿quién sabe? A lo mejor se reducen los índices de criminalidad y todo.
Cuando llegó la imprenta de Gutenberg, era común la crítica a la gente que se pasaba todo el día leyendo libros ¡Deja ya de leer y ponte a hacer algo productivo con tu vida! Las hojas de papel se veían como ahora nosotros vemos las pantallas de los smartphones. Y el mismo rechazo natural ante la llegada de una nueva tecnología disruptiva es la que llena hoy nuestros discursos críticos.
Es cierto que hay que tener cuidado y que la tecnología no es buena per se, pero creo que la actitud correcta es entenderla como una apertura de nuestro abanico de posibilidades y, en vez de sacar los manidos argumentos apocalípticos de siempre, apoyar su desarrollo estando alerta de sus posibles malos usos.
Volviendo al metaverso
Definitivamente haré dieta y me apuntaré al gimnasio. Mi vida en el mundo real no es, desde luego, un sueño, pero tiene sus cosas buenas. Mi madre es un sol y me gusta ir a jugar al rol con mis amigos de la tienda de comics. Además, en el Metaverso todavía no puedes comer, y a mí las croquetas que hace mi madre me chiflan.
La vida digital y la real no tienen por qué ser contradictorias, las podemos complementar. Ya voy mamá, es la hora de su pastilla… ¿Elegirá la roja o la azul?
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